domingo, 18 de noviembre de 2012

Historia de dos personas que se amarían siempre.

Él era tan hermoso que debía bajar la mirada luego de estar viéndolo por minutos.
Su sonrisa era tan amplia y encantadora que la hacía sonrojar aún en invierno.
Era tan sincero que creía cada palabra que decía.
Cuando ella no lo veía le gustaba observarla hablar y hablar, y hasta a veces la escuchaba.
Él no podía dejar de tocar su piel tersa y de un ideal bronceado una vez que la rozaba.
Su pelo ondulado y rebelde siempre se veía bien y olía a él, sin perfume, sólo el perfecto aroma a él.
No era común sacarle una carcajada, pero cuando ella lograba hacerlo, no podía detenerse.
Sus abrazos eran los primeros a los que ella concurría en caso de necesitar protección, fuerzas y apoyo; eran los más reconfortantes.
Cuando por fin pudo probarlos, sus labios eran carnosos y suaves al tacto; la estremecían siempre que se apoyaban en su cuello, pero prefería los dulces besos en la frente cuando sólo descansaban al final de un día agitado.
No sabía siempre qué regalarle, pero a veces bastaba con escribirle una nota en su cuaderno antes de clases para hacerla sonreír durante todo el día.
Y cuando ella lloraba, él secaba sus lágrimas antes de que llegaran a sus mejillas y procuraba calmarla, ya que si había algo que lo desesperaba era verla llorar.

Un día simplemente todo se terminó. No es que él hubiera cambiado, no es que ella ya no lo amara, simplemente crecieron. Sus caminos se dividieron y se despidieron como viejos compañeros, viejos amigos, pero no se dieron un beso. Para qué? Eso sería aferrarse a lo que sentían por algo que ya se había perdido. No. Se estrecharon las manos, se dieron vuelta y se alejaron.
A veces ella se despertaba abrazando su almohada húmeda por el llanto y con dolor en las manos de tanto apretarlas. 
Él la recordaba en las cosas pequeñas, como al ver una película que ella lo obligó a ver, a escuchar una canción que la hacía reír o al cruzarse con su perfume pegado a la ropa de una desconocida, y comenzaba a extrañarla.
En secreto, ella una vez buscó una de sus viejas fotos juntos y la miró durante minutos, porque sólo quería ver su sonrisa.
Y cuando empezó a hacer frío, él dormía con el gran conejo de peluche que ella le regaló una vez sólo porque quiso.

Cuando estuvieron listos, volvieron a hablarse. El miedo que tenían de encontrarse como desconocidos desapareció en el momento en el que lo hizo reír y la vio sonrojarse. Así, como la primera vez. Se quedaron sin saber qué decir y como no había palabras que pronunciar, sólo se tomaron las manos mientras sus miradas vidriosas se cruzaban. Entonces supieron que debían encontrarse de nuevo para darse cuenta lo mucho que se habían hecho falta. No lo que habían perdido durante todo ese tiempo, ya que cada uno tuvo éxito y creció en todo lo que se propuso. Si no, darse cuenta que se extrañaban, que se necesitaban, que se complementaban y que una mitad debe encontrar a su otra mitad. Que ellos ya lo habían hecho, y sólo podían amar de esa manera al otro, que no podrían amar a alguien más así. Que vagamos buscando nuestra otra parte, porque desde un inicio, siempre fuimos uno.

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