viernes, 19 de abril de 2013

To miss or to feel. That is the question(?)

Entré sin prisa y logré sentarme. El subte no estaba lleno como acostumbraba a verlo. Me acomodé el vestido que se había subido un poco y me até el pelo en un rodete: el calor cuando sube gente es insoportable. Subí el volumen y me sumergí en la música cerrando los ojos. Me gusta menear la cabeza  siguiendo la guitarra, mover los dedos según los tonos del bajo y los pies al ritmo de la batería. Me despertó de mi pseudo- sueño su perfume. Busqué con mi mirada desesperada por encontrarlo, pero no sabía la dirección de la que venía las notas. Me encontré mordiéndome las uñas con el corazón latiéndome en la garganta y las piernas inquietas. No quería tener que verlo nunca más, pero ahí estaba, a segundos de cruzarmelo y tener que mirarlo con la cabeza en alto y una sonrisa respetuosa, que era lo que se merecía. En una inhalación más me di cuenta que estaba equivocada, estaba más cerca de lo que pensaba. Mi cara debió delatar lo asustada que estaba al verlo porque el chico me miró preocupado. Reaccioné sacudiendo la cabeza y sonriendo avergonzada y a él se le dibujó una sonrisa. Parecía no ser mucho mayor que yo, pero la barba de varios días lo hacía ver más adulto. Miré a mi izquierda  a lo lejos, disimulando el rubor en mi cara mientras él se acomodaba en el asiento de al lado. Ese perfume penetraba quemándome la nariz y revivía todos los sentimientos que me produjo su dueño. ¿Qué estaría haciendo en ese momento? ¿Estaría con ella? Qué hermosos que son juntos, qué feliz que se ve ella, que enamorado está él. Juraría que por más profundo que él durmiese estando con ella no la suelta. Seguro hasta debe quedarse despierto para verla mientras duerme. Cuánto extrañaba el calor de alguien de ese modo, qué presente estaba el recuerdo de cuando solía sentirme así. Pero no se trataba de él esta vez; era su perfume trayendomelo desde la piel de alguien más. 
Me puse el mechón de pelo que me tapaba la vista detrás de la oreja y lo miré de reojo: me estaba mirando con curiosidad mientras masticaba un chocolate con maní. Desvié la mirada tan rápido que fue ridículo y ambos nos reimos en silencio. Él empezó a toser cada vez más fuerte y soltó el chocolate sobre su regazo para buscar una botella que estaba en el bolsillo del costado de su mochila. Yo me di cuenta que lo estaba mirando directamente y ya no podía disimularlo así que le pregunté si estaba bien. Con el rostro colorado y acomodandose la voz como pudo, asintió. Su botella estaba vacía, por eso saqué la mía de mi cartera y se la ofrecí con la sonrisa más amplia que pudo escaparseme. Me agradeció y se terminó el agua de a sorbos cortos, casi como intentando alargar el tiempo que podía tomarle hacerlo. Durante los siguientes quince minutos todo fue incómodo. Mis manos no dejaban de moverse y no sabía si dejarme los auriculares puestos o no. Podía sentir que él me miraba pero no estaba segura de cómo iniciar una conversación. Ni hablar del bendito perfume que se sentía con fuerza mezclado con el olor de su piel, ya que el vaho había comenzado a hacer su trabajo por la cantidad de cuerpos apretados alrededor nuestro. Tenía ojos celestes y una mirada sincera y serena; sus labios estaban siempre encorvados en una sonrisa tímida que no supe jamás si podía o no retener, o si lo hacía por educación, porque yo le sonreía como idiota. 
Una voz de mujer anunció fuerte mi parada y en medio de la sorpresa sólo alcancé a tomar mi cartera, levantarme y caminar a la puerta sin mirarlo una vez más. Una vez afuera, mientras acomodaba mis auriculares nuevamente en mis oídos lo busqué y no pude encontrarlo. Atontada caminé hacia la salida arrastrando los pies. ¿Por qué sentía que había perdido una especie de oportunidad? Si tenía que pasar, tendría que haber pasado. Aún así sentía algo parecido a desilusión en mi pecho. Pasé el molinete, llegué a las escaleras mecánicas entre la multitud de gente y subí el primer escalón. Una mano se apoyó en mi espalda suavemente; me di vuelta para encontrarlo mirandome sonriente de nuevo, con ese perfume embriagador que palpitaba en mi nariz. Metió la otra mano en su bolsillo y sin decir nada me ofreció un chocolate, de esos rellenos de una pasta sabor frutilla. 
Se bajaba en la misma estación que yo y me había visto mirando los chocolates en el kiosko subterráneo varias veces mientras esperaba. Él solía subirse a los primeros vagones, lejos del que yo me subía, pero dijo que había decidido acercarse la última vez que me encontró tarareando una de sus canciones favoritas. Me invitó a tomar algo no muy seguro de que fuera correcto; aún así fuere acepté con ganas. Pasamos una hora juntos y me pidió disculpas de antemano por si lo que fuera a hacer o decir llegaba a molestarme en algún momento, pero cuando luego de acompañarme a mi parada de colectivo se me acercó y me dio un beso, no tuve queja alguna. Su boca sabía a cacao y su barba me hacía cosquillas en el mentón. Nuestros anteojos se golpearon un par de veces y ambos decidimos guardarlos. Al subir al vehículo y verlo alejarse volví a sentir el perfume. Esta vez era su perfume el que había quedado impregnado en mi ropa, y el que por un tiempo iba a recordarme ese casual encuentro que me hizo sentir especial de nuevo. Cuando volvieramos a vernos sentiría esas cosquillas en mi interior, ese calor intenso en el borde de mi piel, la emoción de conocer a alguien nuevo que te desea y te busca. Sonreí de placer una vez más: ya no extrañaba, estaba sintiendo de nuevo.

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